Marina Montiel, 23-04-2020.-
Ahora ya no hay nada para mañana.
El tiempo se ha detenido, y lo que antes nos dejaba sin tiempo ni espacio para nadie ya ha desaparecido. ¿Cómo habíamos dejado de preocuparnos por lo que de verdad importa? ¿Increíble verdad? Ahora es lo único que nos queda.
Éramos tan libres que se nos olvidó. Se nos olvidaron que existían muchas más cosas. Las que veíamos día a día y las que sin saber por qué sólo disfrutábamos de vez en cuando.
La sensación de irrealidad es tal que ni el tiempo transcurre como transcurría. De todo parece que hace media vida, hace un par de días que paseábamos, brindábamos, bailábamos y cantábamos como si fuéramos teloneros de aquella banda que ahora nos gustaría escuchar en directo.
Se echa de menos madrugar, los besos de la abuela, las comidas de los domingos y los vinos al atardecer. ¿Hemos olvidado a qué saben los abrazos? Parece que hace media vida que no nos besamos. La distancia es ahora el mejor contacto, como mínimo a dos metros. Aunque haya otros que están a muchos más.
Se echa de menos el cara a cara. Y los billetes de avión a cualquier parte. Nos hemos acostumbrado a recordar y ahora nos sentamos a valorar lo que teníamos.
No es fácil frenar de golpe, las obligaciones han desaparecido… pero han vuelto aquellas cosas para las que nunca teníamos tiempo. Pinceles, colores, instrumentos, libros, películas, canciones y rutinas de ejercicios están dando vida a las interminables horas que tienen los días.
Atrás han quedado las alarmas y las quedadas. Ahora no hay miedo a dormir ni a llegar tarde, las terrazas se han convertido en oasis, y las ocho la mejor hora para convertir nuestras calles en una fiesta.
Refugiados en el lugar donde somos nosotros mismos, echando de menos sentarnos frente al mar a escuchar sus olas, os dejo pensando en los reencuentros… Porque todo pasará, lo que pensamos llegará, y los sueños se cumplirán… pero ¿Y si pasa mañana?