Redacción, 28-01-2015.- Como recuerda el oncólogo Siddhartha Mukherjee en su libro El emperador de todos los males, en 1992 la leucemia mieloide crónica (LMC) se consideraba prácticamente una enfermedad resistente a la quimioterapia.
La única opción para los pacientes era el trasplante de médula ósea, pero ni con ello, afirma Ainhoa Iriberri en EL MUNDO, se conseguían supervivencias largas y los beneficios solo eran accesibles a un pequeño grupo de enfermos. Dos fármacos cambiaron de forma casi milagrosa el curso de la enfermedad, hasta convertirla en un trastorno crónico en muchos casos.
La entrada en la práctica clínica de esos fármacos fue la culminación de un descubrimiento en ciencia básica realizado casi 20 años antes: la descripción de las proteínas tirosinas quinasas, una familia que pronto se demostró indispensable para multitud de procesos celulares. Mutaciones en dichas proteínas podrían llevar a un crecimiento celular descontrolado o, en otras palabras, al cáncer.
El padre de ese primer descubrimiento básico, Tony Hunter, catedrático en el Salk Institute, es uno de los flamantes ganadores del Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Biomedicina en su séptima edición, dotado con 400.000 euros. Le acompañan en el galardón Joseph Schlessinger –de la Universidad de Yale–, que descubrió cómo se activan esas proteínas y Charles Sawyers –del Memorial Sloan Kettering Cancer Center (MSKCC)–, clave en el desarrollo clínico de los dos fármacos: el imatinib y el dasatinib (Gleveec y Sprycel), que hicieron que la LMC dejara de ser una sentencia de muerte.
Sawyers fue, en 2001, el principal firmante del estudio que avalaba al Gleveec, que años antes había mostrado un potente efecto frente a las células de la LMC, un cáncer muy asociado a la tirosina quinasa Bcr-abl. Los fármacos dirigidos a dianas moleculares específicas llevan más de una década revolucionando el tratamiento del cáncer.
«El jurado ha hecho una gran selección al escoger a tres personas clave en el desarrollo de esta nueva clase de medicamentos contra el cáncer, los inhibidores de la tirosina quinasa. Efectivamente, este tipo de medicamentos nuevos representa la primera clase de fármacos de la medicina personalizada contra el cáncer», declaró a EL MUNDO Josep Baselga, director médico del Hospital Memorial Sloan Kettering de Nueva York (EEUU) y director del comité científico del Instituto de Oncología del Hospital Vall d’Hebron (VHIO) de Barcelona.
Como subrayó el secretario del jurado encargado de otorgar el premio, Oscar Marín –director del Centro de Neurobiología del Desarrollo en el King’s College de Londres– el premio reconoce una contribución que «recoge toda la vía de investigación desde la básica hasta el desarrollo de fármacos, en un proceso que dura 20 años y que llama la atención sobre la importancia de tener perspectiva a la hora de apostar por la investigación ». Sawyers definió también como revolución el desarrollo de estos medicamentos.
«Desde que se descubrió el primero a finales de los 90, se han desarrollado hasta 40 que inhiben diferentes miembros de la familia de las tirosina quinasas », apuntó. Dos de los galardonados, Sawyers y Schlessinger –el tercero no atendió a los medios por haberse accidentado en bicicleta– se mostraron «muy optimistas» con respecto a la posible cronificación del cáncer aunque, recordaron, esta enfermedad es en realidad cientos de patologías, por lo que es difícil hablar en una perspectiva global.
Sin embargo, también señalaron las sombras existentes en los avances en la investigación. «En algunos tipos de cáncer, las mutaciones son raras y cuesta mucho encontrar pacientes, es un tema que tanto la comunidad científica como los gobiernos han de afrontar», subrayaron.