La situación es preocupante porque aumenta el riesgo de mortalidad, ya que no es que se produzcan menos infartos sino que no se acude a los centros hospitalarios en cuanto aparecen los síntomas. Y precisamente la atención temprana es vital, literalmente, en este caso, porque aumenta las posibilidades de supervivencia. Además, una intervención rápida puede reducir secuelas y favorecer la recuperación.
Tal y como recoge Vithas, “existe unanimidad entre los profesionales: más vale pecar por exceso que por defecto. Ante síntomas de infarto hay que acudir al hospital. Nada de dejarlo para más adelante. Si finalmente no es serio, mejor. Pero si lo hay, lo tenemos que detectar y tratar cuanto antes”. En este sentido, el Dr. Berenguer resume en cuatro los síntomas que deben despertar la voz de alarma: dolor en el pecho, pálpitos, mareos inusuales y/o pérdida de conocimiento y “ahogo, sensación de fatiga y de no poder respirar”.
Detrás de estas “señales”, ciertamente, puede existir “causas banales, pero también un infarto o una insuficiencia cardíaca”, que, de no recibir atención médica, pueden provocar “problemas críticos que generen discapacidad a medio y largo plazo; y, en el peor de los casos, la muerte”.