Redacción.- 20-12-17. La sordera de un niño, por lo general, no se puede evitar, pero sí es posible disminuir sus consecuencias si se diagnostica y trata a tiempo. Según datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud), 5 de cada 1.000 recién nacidos sufre algún tipo de deficiencia auditiva.
Si hablamos de hipoacusia severa o profunda la incidencia es de 1 por cada 1.000. Se trata de un importante problema sanitario por sus repercusiones sobre el desarrollo emocional, académico y social del niño.
Como señala el Dr. Bartolomé Scola, director de la Unidad de la Voz y Otorrinolaringología de Vithas Internacional, “el potencial discapacitante y minusvalidante de esta enfermedad se atenúa, en gran medida, con la precocidad con que se llegue al diagnóstico y se inicie el tratamiento y rehabilitación oportunos”. La sordera puede aparecer por múltiples causas, como factores ambientales, infecciones o factores hereditarios.
En muchos países, entre ellos el nuestro, se han instaurado programas de cribado neonatal universal de la hipoacusia “conforme a las recomendaciones del Committee on Infant Hearing, de 2007”, afirma el especialista, que añade: “se establece la conveniencia de que la detección no se demore más allá del primer mes de vida y que se pueda disponer de la confirmación diagnóstica en el tercer mes para asegurar que los niños reciban el tratamiento adecuado antes de los seis meses”.
Aunque hoy en día no existe un tratamiento curativo de las hipoacusias neurosensoriales, como apunta el Dr. Scola “se pueden aplicar medios de tratamiento que, de forma paliativa, son capaces de promover la percepción auditiva y hacer que cambie radicalmente la evolución natural que seguiría el niño sin tratamiento alguno”. Algunos de ellos son los audífonos y los implantes cocleares.