Redacción, 25-12-2022.- La Navidad es una época de reencuentros y de incremento de la vida social -principalmente en forma de comidas y cenas con familiares y amigos-, lo que se traduce en un aumento considerable del consumo de alcohol, muchas veces por encima de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que aconseja para un consumo moderado no superar las dos copas de vino o cerveza al día en el caso de los hombres, y la mitad en el caso de las mujeres.
Como ha demostrado de forma fehaciente la evidencia científica, el consumo habitual de alcohol se relaciona con el desarrollo de numerosas enfermedades crónicas: desde enfermedades cardiovasculares y hepáticas, hasta trastornos mentales, pasando por diferentes tipos de cáncer como el de mama, garganta, laringe, esófago, hígado, colon o recto. También, a diferencia de lo que suele pensarse, con un peor descanso, lo que en última instancia también puede acarrear numerosas consecuencias para la salud.
“El alcohol, en cualquiera de sus formas, representa una amenaza para la salud en general, disminuye la capacidad de respuesta para las tareas del día a día e impide que el cuerpo renueve las energías necesarias por la noche. En cierta manera, el alcohol actúa como ansiolítico e hipnótico, pero tiene un efecto rebote”, explica la doctora Anjana López Delgado, neurofisióloga clínica y miembro del grupo de trabajo de Insomnio de la Sociedad Española de Sueño (SES).
Ese efecto ansiolítico e hipnótico es el que ha ayudado a instaurar socialmente el mito erróneo de que el alcohol mejora el descanso. Todo lo contrario.
“El alcohol tomado en grandes proporciones disminuye la latencia al sueño, es decir, acorta el tiempo que tardamos en dormirnos. Y en primera instancia, además, aumenta también la fase N3 de sueño No REM -sueño muy profundo y reparador- y disminuye el sueño REM”, argumenta la experta.