Redacción, 28-07-2022.- Inmersos en plena pandemia de la Covid-19 desde hace dos años, resulta complicado mirar más allá del SARS-CoV-2, pero lo cierto es que existe otra epidemia que, según todas las estimaciones, no se trata de una futura amenaza, sino de una realidad cada vez más presente. Hablamos de la obesidad, un problema de salud global que no ha hecho más que acrecentarse por culpa de la crisis sanitaria del coronavirus. Prueba de ello es que el sobrepeso y la obesidad se han disparado en nuestro país en apenas dos años.
Tal y como recoge La Razón, las cifras no dejan lugar a dudas: el 61,5% de los españoles presenta kilos de más, ya que un 39,9% de las personas encuestadas sufre sobrepeso y un 21,6% tiene obesidad, según los datos de la Sociedad Española de Obesidad (Seedo). Su presidenta es tajante: «El problema del exceso de peso en nuestro país está al alza y resulta algo alarmante», reconoce María del Mar Malagón, presidenta de la Seedo, catedrática de la Universidad de Córdoba y subdirectora científica del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (Imibic).
Sobre ese horizonte tan oscuro como telón de fondo comienzan a cobrar fuerza algunos rayos de luz que invitan a la esperanza de quienes sufren obesidad de manera crónica gracias a una nueva generación de fármacos que han demostrado resultados muy prometedores. Buena prueba de ello es que un trabajo publicado en la prestigiosa revista científica «The New England Journal of Medicine» el año pasado mostró que la semaglutida redujo el peso un 15% de media en un grupo de casi 2.000 pacientes y más de un 20% en un tercio de ellos.
El quid de la cuestión de los fármacos de nueva generación como la liraglutida y la semaglutida es que están financiadas por las administraciones para la diabetes, (enfermedad de origen por la que comenzaron a estudiarse), pero no para la obesidad, a pesar de sus exitosos resultados. Actualmente, el primero de ellos está disponible en nuestro país para esta indicación, pero sin financiación pública, por lo que pierde parte de su función, mientras que el segundo de ellos se espera que llegue en los próximos meses. «No podemos olvidar que un gran porcentaje de personas obesas son precisamente quienes menos recursos económicos tienen, por lo que resulta fundamental poder financiar estos fármacos, pues han demostrado con creces que son coste-efectivos, ya que ayudan a reducir la obesidad y con ello, otras patologías», asegura Susana Monereo, responsable de la Unidad de Obesidad, Metabólico y Endocrino del Hospital Ruber Internacional de Madrid, quien recuerda que la obesidad va mucho más allá de la cuestión meramente estética, pues «tener kilos de más implica serios riesgos para la salud, como mayor probabilidad de enfermedad cardiovascular, diabetes, hipertensión, más posibilidades de sufrir algunos tipos de cáncer…».
La clave del éxito de este tipo de fármacos es que «actúan a nivel cerebral produciendo la sensación de saciedad durante más tiempo y quitando el hambre, mientras que a nivel gástrico hace que se enlentezca el vaciado, por lo que la sensación de plenitud es más duradera. Ambos mecanismos hacen que la persona coma menos y tenga menor ansiedad por la comida», explica Monereo. Sin embargo, la especialista insiste en que «no se trata de una panacea. De nada sirve usar este tipo de fármacos si no se acompaña de un aprendizaje de buena alimentación y de un cambio de hábitos que implique reducir el sedentarismo. Por ello, siempre se debe administrar bajo prescripción médica y con seguimiento profesional, ya que también puede presentar efectos secundarios como náuseas y vómitos en las primeras semanas de administración, aunque su seguridad está totalmente demostrada».