Redacción, 31-05-2024.- En Control del apetito: aspectos metodológicos de la evaluación de los alimentos se explica que nuestra ingesta es aprendida y que depende de dos tipos de señales: las señales sensoriales y las señales metabólicas, gracias a las que establecemos un aprendizaje sobre los alimentos (si nos gustan o no, o si van a resultar lo suficientemente saciantes hasta la siguiente comida).
Tal y como recoge El Pais, las primeras señales están relacionadas con el olor, el aspecto, el olor o el sonido –sí, el sonido– de los alimentos (no en vano un Premio IG Nobel se otorgó al desarrollo de una patata chip con el crujido perfecto). Estas son las que determinan qué comemos, desde el mismo momento de escoger el alimento. Las señales metabólicas son las que nuestro tracto gastrointestinal envía al cerebro a medida que ingiere comida para decirnos cuándo parar. Lo consigue liberando hormonas como la grelina o la colecistoquinina o mediante señales mecánicas, como las de los receptores del estómago cuando detectan que se distiende a medida que se va llenando de comida. Son las señales que condicionan cuánto comemos.
En Control del apetito: aspectos metodológicos de la evaluación de los alimentos se explica que nuestra ingesta es aprendida y que depende de dos tipos de señales: las señales sensoriales y las señales metabólicas, gracias a las que establecemos un aprendizaje sobre los alimentos (si nos gustan o no, o si van a resultar lo suficientemente saciantes hasta la siguiente comida).
Las primeras señales están relacionadas con el olor, el aspecto, el olor o el sonido –sí, el sonido– de los alimentos (no en vano un Premio IG Nobel se otorgó al desarrollo de una patata chip con el crujido perfecto). Estas son las que determinan qué comemos, desde el mismo momento de escoger el alimento. Las señales metabólicas son las que nuestro tracto gastrointestinal envía al cerebro a medida que ingiere comida para decirnos cuándo parar. Lo consigue liberando hormonas como la grelina o la colecistoquinina o mediante señales mecánicas, como las de los receptores del estómago cuando detectan que se distiende a medida que se va llenando de comida. Son las señales que condicionan cuánto comemos.
El mínimo tiempo que pasan los líquidos en la boca es lo que hace que cuando se comparan alimentos que aportan exactamente la misma energía, los líquidos sacian mucho menos que los sólidos. En este estudio se recoge que con los líquidos ni siquiera detectamos las kilocalorías. No somos capaces de asociar los alimentos bebibles con energía, y esa puede ser una de las razones por las que las bebidas azucaradas se relacionan con mayor riesgo de sobrepeso y obesidad. Por el contrario, a mayor exposición orosensorial, comemos menos cantidad.