Redacción, 20-10-2020.- El sueño es muy sensible a las alteraciones de la salud física y mental y a las variaciones de las condiciones ambientales. La pandemia provocada por la COVID-19, ha generado estrés, ansiedad, depresión, preocupación por la salud, aislamiento social, disminución de la capacidad adquisitiva e incluso pérdida del empleo. Además, la incertidumbre sobre la posible evolución de una pandemia, que ya perdura a lo largo de muchos meses, ha creado un considerable desasosiego en la mayoría de adultos.
«Es indudable que este evento ha tenido una importante repercusión sobre la calidad del sueño», aseguran los Dres. Juan A. Pareja y Emilio Gómez-Cibeira, de la Unidad del Sueño del Hospital Universitario Quironsalud Madrid y del complejo hospitalario Ruber Juan Bravo.
Tal y como recoge Quirónsalud, estos cambios no tienen precedente en la generación actual, y todos ellos acumulados favorecen el insomnio, generan cansancio y somnolencia diurnos y desarrollan unos horarios de sueño y vigilia desordenados.
Por otra parte, los pacientes afectados por la COVID-19 comunican padecer insomnio, apatía, cansancio o fatiga persistentes y dolor corporal generalizado. En estos casos, los estudios del sueño son importantes para diferenciar entre los efectos de la infección padecida y un trastorno del sueño exacerbado por la infección, ya que pudiera ocurrir que un trastorno del sueño haya permanecido latente (asintomático), hasta que ha sido activado por la infección.
En resumen, la pandemia COVID-19 puede perturbar el sueño de tres formas:
1. Por el estrés que ocasionan el impacto y la incertidumbre de la situación.
2. Por las consecuencias que la prevención (confinamiento o restricción social) tiene sobre las actividades de la vida diaria.
3. Por efecto directo de la infección viral.