«Cada uno tiene la edad de su corazón», escribió el literato francés del siglo XIX Alfred D’Houdetot. Este músculo de 300 gramos que late unas 2.500 millones de veces en una vida media e impulsa rítmicamente el fluido vital por el cuerpo ha servido como imagen poética a cientos de autores, que han enfrentado la frialdad cerebral con la calidez, y hasta el fuego, del corazón. Esa poética y ambivalente «edad del corazón» es en el mundo desarrollado la que marca la principal causa de mortalidad, responsable de un tercio de los fallecidos.
Su aparente sencillez anatómica contrasta con su importancia vital. De hecho, el descenso de la mortalidad de las enfermedades cardiovasculares ha contribuido en los últimos treinta años en casi un 60 por ciento a que la esperanza de vida del español aumente en seis años. Su cuidado es por tanto una de las claves de la atención médica.
Y los consejos saludables se encaminan por lo general a que su ritmo constante no decaiga. A diferencia del cáncer, cuya complejidad biológica sigue deparando muchos fracasos, la moderna cardiología ha cosechado éxitos notables con fármacos eficaces y dispositivos reguladores. Prevenir su deterioro sigue siendo, no obstante, la principal meta.
Para ello, hay un consenso unánime e insistente en llevar una dieta saludable, en la práctica regular del ejercicio físico y en el abandono de hábitos nocivos como el tabaco, el estrés, el alcohol excesivo y el sedentarismo. La sal y las grasas trans, así como la abundancia de carne y azúcares, deben limitarse, aumentando la ingesta de pescado, fruta y verdura.
Los cambios en el estilo de vida, si fueran necesarios, constituyen la primera medida. Si no fueran suficientes, o la persona se mostrara reacia o impotente para encararlos, las estatinas son la siguiente frontera para controlar el colesterol, uno de los factores más peligrosos, y bajar el riesgo de eventos cardiovasculares. Los ensayos llevados a cabo con ellas han confirmado una y otra vez su elevada eficacia y superioridad frente a otros fármacos. Además, parece que tienen ventajas adicionales frente a trastornos distintos a los cardiovasculares.
El gran debate que han suscitado las nuevas guías estadounidenses sobre cómo medir el nivel de colesterol, una de las cifras médicas más populares, refleja por un lado la sobremedicación a la que puede someterse a muchas personas, en lugar de aconsejarles unos esfuerzos personales que seguramente suponen más beneficios a largo plazo que la terapia farmacológica. Las guías de la American Heart Association, con sus defensores y detractores en su propio país, se miran con atención en Europa, pero en nuestro continente los niveles y recomendaciones son más prudentes, aunque persisten diferencias de criterio y de actuación entre médicos de primaria y cardiólogos.
La polémica en torno a la sobre o infraprescripción de estatinas, según se calculen los niveles de colesterol, tiene la ventaja de que son muy seguras, pero pueden disuadir al paciente de esforzarse en cambiar su estilo de vida.